Si hay una cosa que caracteriza al colectivo médico es, sin lugar a dudas y salvo honrosas excepciones, nuestra mala letra para escribir recetas.
Aunque son numerosas las explicaciones que se pueden dar a esta situación (necesidad de escribir mucho por tener mucho volumen de trabajo, necesidad de tomar muchos apuntes durante los años universitarios, entre otras), en su libro Oro y espadas, Daniel Balmaceda apunta una explicación histórica. Según este autor, en el siglo XV se creó en España el Real Tribuna del Protomedicato, organismo que dictaminó que las recetas deberían ser escritas en latín, la lengua culta del momento. Sin embargo, unos siglos más tarde, ya entrado el siglo XIX, muchos pacientes no entendían el latín y se quejaron de no entender las recetas. En este momento, se obligó a los médicos a escribir las recetas en castellano, lengua del vulgo y que, según ellos, desprestigiaba a la profesión médica. Airados ante esta intromisión en su quehacer, los médicos decidieron acatar la norma pero, como venganza, escribir en un tipo de letra cursiva de difícil comprensión.
A día de hoy, esta larga venganza continúa…
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